120
-A esa altura no teníamos oxígeno. Tuvimos que robar oxígeno de cirugía. Hicimos rollo con
los médicos, con los enfermeros, inventamos tres o cuatro asmáticos… hasta hicimos un
hábeas corpus para que nos den oxígeno. Además, hacer la última olla nos llevó unos tres
días de laburo continuado. Así llegamos al lado del muro que da debajo de la vereda. Ahí
tuvimos otro problema grande, ¿viste? Teníamos miedo de que se nos derrumbara la
vereda. Pasaba gente caminando, y nosotros sentíamos el ruido de las suelas pisando las
baldosas. Además, teníamos que maniobrar como si estuviésemos manipulando una bomba
atómica, porque en ambos extremos del muro había garitas. Entonces hacías ―tac‖ en el
muro, y el de la garita podía llegar a escuchar. Porque el muro tiene una especia de cajón
encima, y se pueden escuchar todos los ruidos. No podíamos ni rozar el muro. El problema
fue que, para salir, por ese asunto de las garitas, teníamos que abrir la vereda junto al
muro… no podíamos salir dos metros más allá, porque la guardia nos podía interceptar.
-¿Cómo era el plan para salir a la calle?
-Teníamos un código… nosotros éramos siete, a muerte. El primero que salía era yo. Y me
paraba apoyando la espalda contra el muro… pasara lo que pasara, yo me tenía que quedar
así, esperando la salida del resto de los compañeros. Cuando los siete estuviera afuera nos
abrazaríamos y saldríamos corriendo. Ese es el pacto que habíamos hecho. Eso después
no se dio así por otras circunstancias. Yo, hasta el último día, hasta que vino la requisa,
proseguí la rutina… incluso baldeé la sala y la enfermería… como todas las mañanas,
atendíi al médico del primer turno, al que venía a las 8 de la mañana… como todos los días
le cebé mate dos horas, mientras él, como siempre, escribía los expedientes… siempre
escribía expedientes y yo miraba y le sacaba los datos que quería. Y ya estaba por rajarme,
loco, faltaban sólo unas horas para la fuga. Todos los días haciendo el mismo laburo y, ese
día, hice el mismo laburo de siempre… Si alguien me veía, habría pensado: éste está loco,
se está por fugar y se la pasa lavando toda la ropa. No cambiamos de rutina, loco… Ese fue
un detalle muy importante. Y lo discutimos con la gente del grupo… lo que no se daban
cuenta fue que cada vez que rajábamos y subíamos del túnel todo, ropa y piso, se nos
llenaba de tierra, entonces no sólo teníamos que limpiar para no alterar la rutina sino
también para borrar cualquier huella que nos delatara como mineros. Además teníamos mil
detalles que cuidar: atender a la yuta, ir todos los días a la reja a charlar un poco con el
rati… ir a charlar con los médicos… ir a charlar con los otros presos…
-¿Y qué hacían para que los demás presos no se dieran cuenta del plan?
-Depende… a veces, hasta los llegábamos a empastillar. Había algunos a los que teníamos
que llenar de pastillas para que no se avivaran de nuestros movimientos… les comprábamos
Artane, y se las dábamos a esas personas. Nuestra fuga fue una lucha total, a muerte con
todo el mundo.
Mientras cuenta su historia, los ojos de este hombre relampaguean, apuntando a un blanco
incierto, pero cuando le hablan a él, sin girar la cara, clava sus pupilas en su interlocutor, en
un gesto que tiñe su amabilidad de un aire levemente despiadado. Al caminar por la
habitación también lo acecha su pasado cautivo, da pasos cortos, con la cabeza gacha y las
manos tomadas por atrás. El resto de la imagen es semejante a la de un bancario de
elegante sport o a la de un dentista en weekend.
-¿Tenían ya la fecha prevista para irse?
-Sí. El jueves a la noche nos quisimos ir. Fuimos, nos preparamos, nos cambiamos, nos
pusimos doble ropa: ropa linda abajo y ropa fea arriba, para cubrirnos del barro, porque todo
estaba lleno de barro. Todo el trayecto del túnel estaba alumbrado con luces, como en una
fiesta macabra. Parecía un paisaje de terror, todo apuntalado, todo iluminado y brumoso por
la arenilla y el polvo que se levantaba, junto al olor a cadáver, que parecía más fuerte que